PADORNO, MANUEL
En los libros de este segundo volumen, y aun desde Una aventura blanca, Manuel Padorno opta por procedimientos fuertes de formalización, ya sea con el recurso a las estructuras cerradas (sextina, soneto, décima) o sea con distintas combinaciones numéricas de versos y estrofas dentro del ritmo peculiar de sus endecasílabos blancos. El peso de pautas previas tan marcadas va anclando la sensación de proyecto a la vez que garantiza su consistencia musical. Hay en ello algo de rito, de ceremonial que cristaliza en la repetición (donde va a celebrarse aquel oficio / del agua), cuyo ejercicio transformara el orden de las cosas, la cadena de las causas y efectos, hasta que el poeta llegue a sentir que son su mirada y su escritura de cada amanecer las que ponen en marcha la mañana. Pero hay algo también en esa repetición de mecanismo exento, de pulsión que quisiera convertir el gesto en mundo, el instante en espacio, y que hace de la luz una y otra vez árbol, gaviota, agua, vaso, una bebida desconocida. La utopía suele tener un nombre, como lo tuvo primero la isla de More y otras muchas luego: la Nueva Atlántida, de Francis Bacon; la Ciudad del Sol, de Campanella; Oceana, de James Harrington; o incluso, sin nombre propio, la república poética, de Robert Burton. Edenia, el nombre aquí usado, remite al paraíso y al deseo de suturar la separación entre la naturaleza y lo humano ( ) porque no hay en Edenia sociedad; el yo está solo, es solo, en su mundo extraordinario.