FOUCAULT, MICHEL
Quizás hoy provoquen vergüenza nuestras prisiones. El siglo XIX se sentía orgulloso de las fortalezas que construía en los límitesde las ciudades y, a veces, en el corazón de éstas. Se complacía en esa nueva benignidad que reemplazaba los patíbulos. Se maravillaba de no castigar ya los cuerpos y de saber corregir en adelante las almas. Aquellos muros, aquellos cerrojos, aquellas celdas figurabanuna verdadera empresa de ortopedia social. Quienes robabaneran encarcelados, también aquellos que violaban o mataban.¿De dónde proviene el curioso proyecto de encerrar para corregir,disciplinar, controlar, que traen consigo los códigos penales de laépoca moderna? ¿Es una herencia de las mazmorras medievales? Más bien, una tecnología novedosa: el desarrollo de un conjuntode procedimientos de coerción colectiva para dividir en zonas,medir, encauzar a los individuos y hacerlos a la vez ?dócilesy útiles?. Vigilancia, ejercicios, maniobras, puntajes, rangos y lugares,clasificaciones, exámenes, registros: una manera de someterlos cuerpos, de dominar las multiplicidades humanas y de manipularsus fuerzas, que fue desplegándose en los hospitales, en el ejército,las escuelas y los talleres: la disciplina.El siglo XIX inventó, sin duda, las libertades, pero les dio unsubsuelo profundo y sólido: la sociedad disciplinaria,de la que aún dependemos