En el horizonte de la cultura libresca del Renacimiento, la singularidad de Michel de Montaigne sobresale
de manera extraordinaria. Sin embargo, solo cuando se
considera ya viejo decide ponerse a escribir, más para
excavar en sí mismo que para abrirse camino en el mundo de las letras. Una «pintura del yo», como él mismo la define, que se plasma en un solo libro redactado, editado, corregido y ampliado sin cesar durante los últimos veinte años de su vida. Contiene lo que Montaigne llama sus essais, es decir, sus pruebas, sus experimentos, sus tentativas.