CALAVIA SÁEZ, ÓSCAR
No hay título posible que dé cuenta de un panorama tan diverso como el que se ofrece en las páginas que siguen. Hablar de «reflejo» es untópico ya muy gastado. Los indios de las tierras bajas, supuestamentedesnudos (pinturas o adornos no parecían contar como tales para quienentendía la ropa como una manera de velar «vergüenzas»), sonprobablemente la parcela de la humanidad sobre la que se hanproyectado más ideas. Todas les probaban bien: espejo de lanaturaleza, anarquistas o comunistas primitivos, caníbales feroces.Ellos mismos no han dado muestras de una menor inclinación a esaproyección: cientos de relatos amerindios comienzan con ese cazadorque, mirando a través de la superficie de un lago, descubre otrouniverso que equivale al suyo, y eso se extiende a otros reflejos: enla ciudad de los blancos se adivina la ciudad de los espíritus; en las pirañas o las anacondas colosales de sus películas de terror exóticose reconocen las bestias primigenias y auténticas, mucho más poderosas que sus réplicas corrientes. (Óscar Calavia Sáez)