Las sociedades democráticas se enfrentan a diario a problemas políticos extraordinariamente delicados, y es fácil caer en latentación de recurrir a los tribunales para zanjarlos de forma definitiva. Los ejemplos que nos ofrece la actualidad son infinitos:el proceso de independencia catalán, el aborto, la eutanasia, elmatrimonio homosexual... Pero ¿es la ley de verdad una instancia inapelable, situada por encima de la política, que nos permiteresolver todos los conflictos ideológicos? ¿Acaso no engendra este fetichismo jurídico su propia modalidad de terror e injusticia? Judith N. Shklar, una de las pensadoras más lúcidas y estimulantes de lasegunda mitad del siglo XX, fue a lo largo de su vida una firmedefensora de la democracia liberal.
Sabía que los sistemas democráticos constituyen la única protección eficaz contra la arbitrariedad totalitaria de la que ella misma fue víctima. Eraconsciente también, sin embargo, de que la democracia no es un modelo político infalible y, con el fin de fortalecerla, consagró buena parte de su carrera a exponer sus carencias.