VALERO, CRISTINA
Carlos es un niño de 4 años que vive felizmente con su padre. Un día, sale del colegio muy preocupado porque se da cuenta de que su familia no es como las demás. Poco a poco, irá descubriendo, echando una mirada a su alrededor, que existen muchos tipos de familias diferentes, todas igual de válidas y que lo importante no es su composición, sino el amor que se tengan guiños y bailan por la Vía Láctea. La luna se empeña en ser exacta como un reloj y una estrella fugaz vuelve a atravesar el cielo demasiado rápido como para que nos dé tiempo a pedir un deseo. No importa: el sol está a punto de regresar. El mundo se prepara para recibirlo y que la función comience de nuevo. Ruta de la Seda, Ruta del Silencio. Espacios inmensos y luminosos, y cielos cuajados de brillantes estrellas en las noches serenas. Un día el Anciano aparece en la frontera, en el lugar donde las caravanas inician su jornada por la Gran Ruta del Oeste. Hastiado de aquella sociedad ha decidido irse a otras tierras, a las tierras donde se pone el sol. Requerido por el guardián de la frontera, le dicta un texto en el que resume las enseñanzas de Tao. Luego cruza la Puerta y se aleja. +Hasta dónde llegó? Vivió en silencio, como uno más, y en el silencio desapareció. Han pasado más de dos mil años, siglo xxi. El Anciano ha vuelto a peregrinar hacia el Sol poniente. ¿A enseñar la sabiduría? Otros dicen que a buscarla. Y ha llegado, al Lejano Oeste. Y ha descubierto que no es un Sabio Oeste, sino un hedonista Salvaje Oeste, donde se sacrifica a un dios (o diosa) todopoderoso llamado Mammón (eufemísticamente. El Anciano ha arrojado el libro de sus manos, y lo ha roto; y se ha dado la vuelta después de sacudir el polvo de sus sandalias, sin hacer ruido, sin decir nada. Silencio.